13. LA EDUCACIÓN COMO PRÁCTICA

        A. LA EDUCACIÓN COMO EJERCICIO DE LA BONDAD
     La Educación es el único proyecto de auténtica vida, es decir, de humana convivencia con nuestros semejantes y de sana intervivencia con las demás entidades de la Natura. Es el cuidadoso cultivo de nuestros buenos sentimientos.
     La Educación es esa energía que nos anima, que ilumina y orienta nuestros pasos por la senda del bien propio y ajeno.
     Es la mística que humaniza cada una de nuestras actitudes, el evangelio que le imprime bondad a cada una de nuestras acciones preservándonos y alejándonos de toda malicia.
     En toda sociedad, irrefutablemente, el grado de corrupción es inversamente proporcional a la calidad de educación.
     La Educación, por tanto, promueve, facilita y garantiza el libre y pleno ejercicio de nuestra bondad e inhibe todas nuestras inclinaciones y tentaciones inhumanas.
     La Educación como prerrogativa humana se sustenta en la esmerada formación y trascendente encauzamiento de nuestra afectividad, columna vertebral de nuestra Condición Humana.
     Démosle al niño amor y le habremos infundido ánimo, seguridad y confianza a la vez que habremos avivado su generosidad, su creatividad y su poder de realización haciéndole capaz de avanzar y elevarse superando toda limitación y dificultad, todo reto y obstáculo hasta consolidar y hacer trascender su valía.
     La valía humana no sólo se juzga por la cantidad de saber sino fundamentalmente por la calidad de ser y hacer. Nuestra valía está dada por el riguroso balance de cada una de nuestras actitudes y acciones.
     En conclusión, educarnos es ejercitarnos humanamente para ejercer plenamente la felicidad de vivir y convivir amándonos, respetándonos, valorándonos y trascendiendo.


B. LA EDUCACIÓN COMO EJERCICIO DEL PENSAMIENTO
     Los humanos estamos dotados de dos clases de inteligencia: Una receptiva o pasiva y la otra creativa, productiva o trascendente. La primera nos sirve para capturar, almacenar y transmitir, sin modificar, toda información proveniente del mundo exterior. La segunda nos permite cuestionar, auscultar, analizar e inferir pensamientos, entidades, hechos o fenómenos para entenderlos reflexivamente y así poder recrearlos pertinente y constantemente.
     La primera es superficial y estática, la segunda profunda y dialéctica, en la convicción de que nada en el Universo es cosa acabada, que todo es perfectible y que toda verdad es sólo una versión de la realidad que a su vez es permanentemente cambiante.
     La inteligencia receptiva se atiene a la instrucción y se conforma con el uso de la memoria; la inteligencia creativa, en cambio, se vale de la reflexión y emplea todos los niveles del conocimiento y desde sus iniciales supuestos va rigurosamente contrastándolo todo con la realidad. Claro está que entre estos dos tipos de inteligencia hay matices.
     El solo ejercicio de la inteligencia receptiva, por ser muy elemental, es fácil y cómodo y por eso es el más común, pero nos limita haciéndonos superficiales, conformistas, pasivos, inertes, dependientes y/o alienados. El ejercicio de la inteligencia creativa, por ser más complejo y trabajoso, constituye un reto, sin embargo, afianzado en nuestras virtudes, nos hace emprendedores, audaces, libres, protagonistas en la incansable búsqueda de nuevas luces y nuevos caminos hacia nuestra definitiva humanización.
      La inteligencia receptiva es el acceso al pensamiento ajeno, al conocimiento estático. La inteligencia creativa es el ejercicio del pensamiento propio, del conocimiento dialéctico, en el que todo conocimiento o pensamiento ajeno no es más que un insumo.
     Todos estamos en la capacidad de desarrollar nuestra inteligencia creativa o productiva, sólo hay que motivarla, cultivarla, ejercitarla y ejercerla, y este es el rol sagrado e ineludible de toda auténtica educación.
     No olvidemos que todo lo existente es un maravilloso y completo laboratorio para el desarrollo de nuestra inteligencia creativa.
El memorismo es la brecha que separa la educación de la realidad, de la vida. La educación tradicional persiste en distinguir con vanos honores a quienes pasivos se resignan a recibir iluminación sin reparar en que la vida solo premia a quienes se atreven y luchan hasta crear luz. 
     El conocimiento es sólo un insumo del pensamiento y éste un factor de realización.
Hagamos cuanto pensamos y valdremos en tanto hagamos.


C. LA EDUCACIÓN COMO EJERCICIO DE LA VALÍA HUMANA
     El valor humano es espiritual, no material. Lo material es solo el soporte temporal de nuestra esencia trascendente. 
     El humano vale fundamentalmente por ser y por hacer, no necesariamente por sólo saber, menos por solo tener. Esta es la razón, el principio y fundamento por los que el ser y el hacer del humamo se juzgan y ponderan axiológicamente y no solo utilitariamente.
     El tener, poder vano, es solo accesorio y, por tanto, humanamente intrascendente. Los seres humanos tenemos valor, no precio. El poder económico sin valía humana lo pervierte y corrompe todo.
     Más valemos cuanto más nos humanizamos y más nos humanizamos cuanto mejor nos eduquemos, pues educarnos es valorizarnos espiritualmente.
     Es condición para que nuestro ser y consecuente hacer alcancen valía, lograr el desarrollo y desempeño armónicos de las cinco Dimensiones de la Condición Humana: Sentimientos sanosemociones equilibradas/ pensamientos claroscreatividad virtuosa/ factividad generosa.
     Esta maravillosa sinergia se puede lograr solamente con una educación trascendente que, a su vez, es condición del logro de la entelequia humama.
     La carencia de una educación genuina viene dejando en la humanidad un cada vez más grande y peligroso vacío espiritual que ingenua o perversamente se pretende cubrir con tenencias materiales que no hacen más que desnaturalizar, desvirtuar, distorsionar, pervertir y destruir la urdimbre del espiritual designio humano.
     Si espiritualmente no nos ponemos en valor, quedamos a expensas de los aviesos y ogros pescadores del revuelto río mercantil. Muy triste es cuando el ser humano vale menos que su dinero, menos que su envoltorio. Todo ser o grupo humano que espiritualmente no vale, solo es capaz de vivir de los demás.

  


 

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